Día tras día, moneda tras moneda, el metálico sonido de la hojalata ofrecía el empalagoso sabor de un dulce concierto. Hacía largo tiempo, burbujeaba en la mente de Girana, la fantasía de poseer una guitarra española. Planeaba formar un dueto para no ofrecer más a escondidas, las bellas melodías que en forma furtiva, tarareaba bajo el mangal del patio. Fiel y callado testigo, con su frondosa frescura, a diario de ese quehacer.

A ocho meses desde la primera nota, el sacrificio obtuvo recompensa. La merienda escolar se tornó esquiva y hoy, la joven sentía en pleno corazón, el valor del esfuerzo.

Con la misma alcancía, una vez hecho el inventario, fue a la tienda de Don Fernando, el español. Este al verla, dijo con el vozarrón envuelto en humo de picadura y dientes amarillentos:

-¡Espero que no vengas en vano! Dime que te llevas la guitarra y estaré contento el resto del día-

Girana, con un baño de sumisión y humildad, mostró los ojos refulgentes de felicidad al responder:

-Si Don Fernando. Me la llevo. Cuente aquí-

La lata cambió de manos. Las monedas también. Una vez terminado el conteo, el comerciante trajo el trofeo. El fulgor del instrumento se confundió con la candidez de la mirada de la adolescente. Semejó una estatua. El olor a tabaco la hizo reaccionar. Estornudó. Con voz agraciada, se despidió:

-¡Hasta luego Don Fernando! ¡Gracias!-

-Por nada hija…! Cuídala!-

Transcurrida una semana, la madre de Girana cayó en cama aquejada de fuertes dolores. En la mente de la muchacha rebullía un torbellino de contradicciones. Sin los recursos económicos suficientes, tomó la drástica y sabia decisión de devolver la imagen de sus sueños. Con el corazón triste, herido y un ademán de inconformidad, el ibérico aceptó.

El tratamiento médico adecuado permitió que la señora reaccionara en forma positiva. Girana tenía una sonrisa de satisfacción y no dejaba ver la profunda arruga que marcaba el compungido pecho.

Un domingo de Mayo, la linda jovencita cumplía quince años. Caminaba sin prisa hacia la iglesia. Con la mirada cabizbaja notó en el arenal, un brillo amarillo. Recogió los eslabones y con sorpresa, reconoció el reloj y la leontina de oro de Don Fernando. Mil inquietudes saltaron en su cabeza. El corazón batió con más fuerzas las alas. Apretó la prenda y con el mismo impulso guardó en el monedero el centro de los sobresaltos.

Producto de la emoción, quiso devolverse a la tienda. Pensándolo mejor, entró a misa con la firme decisión de visitar al tendero.

Terminado el rito religioso, la frente en alto y los pasos firmes enfilaron el timón hacia el norte trazado.

-¡Hola muchachita! ¿Un domingo, tú tan temprano por acá? ¿Y esa cara de satisfacción?-

-Le tengo una sorpresa- dijo con voz baja.

Con estas palabras, tendió la mano derecha al hombre. Los ojos masculinos se abrieron. La pipa cayó al piso. Sólo se oía un balbuceo. El monólogo fue roto:

-Pe..pero ¿Dónde la encontrasteis? ¡Hace días que lo perdí! ¡Hostia! ¡Qué sortudo estoy!-

-Estaba en el arenal cercano a la iglesia..Pase buen día Don Fernando-

El vendedor sopló con fortaleza la prenda para retirar residuos de polvo. Giró con énfasis el pequeño volante y un sonoro tic tac invadió el oído derecho. Reaccionó y contestó con vivacidad:

-¡Igual hija, igual! ¡Ah..gracias y felicitaciones!-

Sin más diálogo, Girana sólo levantó una mano y se retiró con la firme convicción de haber hecho lo adecuado. Caminó a casa con aire de tranquilidad. Al llegar, encontró en la puerta a la madre sonriente.

-Mamá. ¿Qué haces aquí tan alegre?-

Sin emitir ni un sonido, la mujer señaló hacia el interior. La quinceañera entró y quedó estupefacta. Ahí, recostada en un mueble, estaba la guitarra española, que más temprano, Don Fernando le había enviado como regalo de cumpleaños.

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